Quedar
a tomar un café con Paula se convierte siempre en una prueba de obstáculos. Cambio de
cafetería porque la mesa que quiere no está a su gusto; devolución de cafés
porque no están suficientemente calientes o suficientemente fríos; salidas y
entradas constantes para llenarse de sus Marlboro Light; y un largo etcétera de
vueltas y revueltas. Pero merece la pena.
No
conozco a nadie que maneje a los hombres como Paula. Es la auténtica femme fatale que
pintaría Gustav Klimt o de la que escribiría Oscar Wilde. Siempre hay en su
vida un héroe al que despoja de sus poderes y lo deja
como mi hijo los chupa chus por toda la casa, “chupaos”.
Cuando yo la conocí, hace
unos diez años, estaba con un tipo llamado Alfredo. De padre sevillano y madre
holandesa, era un hombre muy alto, de los que se pasan horas en el gimnasio y
con esa piel tostadita maravillosa los doce meses del año. Ingeniero de
caminos, trabajaba en una empresa multinacional y viajaba mucho.
“- Es perfecto para mí, Cari. Perfecto. Casi siempre está de viaje por ahí. Me trae siempre alguna
cosilla de firma y como suele pasar la semana fuera, puedo tener relación con mis
otros “amigos”. Jajajajaja”.
Y me lo dice totalmente en serio. No es mujer de
un solo hombre.
Alfredo duró un año, más o
menos. Los que llegan a “novios” suelen durar eso, un año y medio más o menos.
Luego, los que ella llama “amigos”, pueden durar desde un fin de semana a toda
una vida, como el caso de Pedro. De él dice que es especial. Pufff ¿especial?
¡Si es un imbécil!. A mi no me gusta nada, pero nada, nada. Es un perro,
siempre babeando detrás. Está enamorado de ella (es lo que dice ella) pero si
realmente estuviera enamorado no soportaría ese ir y venir de hombres
que tiene la cama de Paula. Ese pilla carnaza, ella se gasta un dineral en
algún regalito y se va por donde ha venido.
Paula es
abogada. “- Desde que vi Ally McBeal, supe lo que quería hacer con mi vida”, dice
siempre. Yo veía Dinastía y Falcon Crest, pero no se me pegó nada.
En su trabajo es
muy buena. Trabaja en uno de los bufetes más prestigiosos de Madrid y , una vez
más, es el terror de todos los letrados.
Nuestra vida va
por caminos diferentes pero siempre hay un cruce de caminos que nos acerca y
deja que nos tomemos un café. Aunque yo siempre estoy al día de sus idas y
venidas, nunca deja de sorprenderme. Ha dejado a su último “novio”. Sólo
llevaba con él desde julio.
Lo dejó este fin
de semana. Él vino a Madrid a verla y parece ser que lo que iba a ser un puente
“inmaculado” fue el hundimiento.
Javier, que así
se llama, es médico en Navarra. Me acompañó a una consulta y allí le conoció.
Ese fin de semana ya se fueron juntos a Cerdeña. Es separado y un buen partido,
además vive lejos, como a ella le gustan. Pero todo estaba abocado al fracaso.
Javier tiene un defecto letal. Un defecto que tenía mi ex. Un defecto que
tienen todos los ex y por eso son ex: los regalos.
Si un hombre no
sabe hacer regalos está avocado al fracaso y, si es con Paula, al abismo más
negro y hondo del mundo, lo más humillante: que te dejen por WhatsApp. Ya ni
por sms, que por lo menos te gastabas un dinero, no. Ya hasta dejar es gratis.
Cada vez que se
veían, el médico le llevaba regalos. Ella me decía, “- Pero Cari, si es que es
muy horterilla, no me llega con ¡¡una bata-manta doble!!. Para ver pelis, me
dice, y me pone una notita, Cari, una nota con la letra de una canción, que me
canta al oído y me pone los pelos como escarpias. Y no precisamente de gusto, Cari”.
“- Paula, por
favor, el chico lo hace con la mejor intención. Deberías estar orgullosa de
tantos detalles. Se esfuerza mucho, dale una oportunidad”.
“- Otra más así
y lo dejo, Cari. Tampoco en la cama es total, es muy, muy, muy normal y hombre,
que menos que unos Jimmy Choo, un perfumito de Hermès o de Jean Patou. Y no
estas chorradas, nena, que cada vez que suena el timbre temprano tengo miedo de que
me llegue un desayuno de esos a domicilio, con una nota que diga “un desayuno
para un diamante”. ¡Arrgghhh!.
“- ¡Qué
exagerada eres siempre!, el chico se esfuerza. A lo mejor le aconseja alguien y
como no te conocen... Tenéis que veros más, conocer vuestras costumbres, a
vuestros amigos. Seguro que entonces acertaría mucho más”.
“- Además tiene
mucho mucho pelo”.
“- Eso si. Al
chico le sobra pelo. Pero es buen chico (ohh, no debería haber dicho eso, buen
chico es sinónimo de papanatas)”. Una respiración honda y espero su rotunda
respuesta: “- El próximo fin de semana que venga, como traiga otro regalito
absurdo, lo dejo”.
Pues Javier se
presentó en Madrid con la mejor de las sonrisas y otro regalo debajo del brazo.
Lo que ocasionó el fin. El Apocalipsis. El Hundimiento. Javier volvió a cometer
un error. Volvió a pasar una semana buscando el regalo perfecto, saltándose las
guardias a la torera, subido en los megas de alta velocidad para buscar en la
multitud de páginas web que existen... para encontrar eso que haría que su
relación acabara de una vez por todas. Me lo imagino en Google buscando “regalos
de amor”, “el mejor regalo”, “regalo bonito”, “regalo especial”… ¿cuántas
búsquedas habrá hecho el pobre hombre? para que al final se tuviera que
levantar sólo, hubiera sido mejor quedarse en su Pamplona.
“- Cari, llegó a
casa en taxi con una sonrisa. Su sonrisa, lo único bueno que me queda de esa
relación. Porque el chico mucho más no ha aportado a mi vida. Es que era muy
tímido, nena, yo con un tímido no puedo”.
“- Algo tendría, porque a la hora de conocerle ya estabais en un box uno sobre otro”.
“- Pues no te
creas. Morbo, la bata, el sitio. Yo que sé”. Me dijo.
“- ¿Y Cerdeña?,
estabas ilusionada. Llevas una vida que no te envidio para nada porque , tantos
quebraderos de cabeza, de verdad, no podría”.
Y es que yo no
podría tener una vida como la de Paula. No sé qué diversión encuentra en
destrozar corazones. Yo es que tengo el corazón muy sensiblote y está para
pocos trotes. Siempre pienso que cuando encuentre la horma de su zapato sufrirá
mucho más que todos ellos juntos.
Me había pedido
un croissant a la plancha con mermelada de fresa y se me atragantó uno de los
cuernecillos cuando la escucho, con esa voz tan radiofónica que tiene, decir el
regalo que le había traído Javier.
Solo le había
mordido ese cuerno al croissant pero, en cuanto vi pasar a la camarera, le pedí un donuts de
chocolate. Necesitaba chocolate para digerir esa noticia.
“- ¿No le gusta
el croissant, señora?. Pregunta el encargado. “- Si, si, solo quiere un donuts, ¿hay
algún problema?”. Ante la respuesta de Paula, que siempre responde a todos
antes que yo aunque la pregunta sea para mí, el encargado se quedó perdonando
con la mirada. “- No señorita". Y se fue.
Llegó el donuts
y le metí un mordisco antes de seguir escuchando.
“- Continua”. Le
dije.
“- ¿Tú me ves a
mi llegando al altar, con un maravilloso vestido de Yumi Katsura, y encontrarme con un novio con un traje
gris metalizado con chaleco y corbata a juego?. Pues eso es lo que una se puede
encontrar si se casa con un tipo que previamente le ha regalado una…”. Coge
aire, deja los ojos en blanco y de repente me mira y dice, como si se le hubiera
roto un tacón de sus peep toes camel de Giuseppe Zanotti… “Cari, ¿cómo voy a
estar con un hombre que es capaz de regalarme una estrella? ¡¿una estrella,
Cari?! Una estrella.
Me quedé loca. ¿Una estrella?. Me enseñó el certificado
de propiedad. Paula tiene una estrella con su nombre en el firmamento. Si por
lo menos hubiera venido acompañado de un billete para uno de esos viajes
espaciales que se hacen de vez en cuando... Pero solo era un papel con las
coordenadas que indican dónde está la estrella. Patético.
Seguro que muchas me criticaréis porque “el detalle es
el detalle” y todo eso, pero, ¡venga ya! ¡Chicas! ¿Hay regalo más hortera que
regalar una estrella?. Y si ya añade una tarjetita que ponga: “Una estrella para mi estrella”, cagada total.
Y es que ojo con la teoría de Paula, que no es ninguna
tontería. Si es capaz de regalar una estrella, puede ser capaz de llegar el día
de la boda con un traje de esos metalizados, ojito chicas, que os acabáis
casando con un tipo envuelto en papel de aluminio.
Los regalos no pueden buscarse en internet y, por muy
enamorado que estés, no puedes acabar haciendo el ridículo. Debes mirarte en un
espejo, imaginarte diez años después y pensar en ese regalo. Si sigues
pensando que es un regalo especial, cómpralo. Si te da la risa y tu cara parece
un pimiento de Padrón, olvídalo. No era el regalo apropiado.
Después de ese café vino otro que se me calló por el
vestido. Al final, entre cambiarme el vestido y despedirme de mi loca amiga,
llegué tardísimo a la oficina.
Pero Paula se lo merece todo… menos una estrella.